Vulnerables al nacer

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Muchas veces no nos ponemos a pensar en que los bebés llegan al mundo con una total inmadurez, biológica y psíquica. Y que durante los primeros años de vida dependen exclusivamente de los adultos, para sobrevivir, aprender, alimentarse, higienizarse, etc.

El recién nacido logra, por medio de los vínculos que establece con los adultos que lo cuidan, un vínculo amoroso. La madre, el padre, los abuelos… todos le proporcionan algo único y elemental para su subsistencia. Así, en las primeras horas de vida, comenzará a percibir todo lo que le rodea: colores, olores, sonidos nuevos. Es en estos momentos que la madre puede enamorarse perdidamente de la carita de su bebé, pudiendo ser eterno el tiempo que ambos se queden mirándose, estudiándose mutuamente. El padre también puede participar, lo que constituirá uno de los momentos más significativos para establecer una unión sana y amorosa con el niño.

Muchos padres primerizos (y no tanto), ya sea por falta de interés (aunque parezca mentira, los hay, y muchos), o por ignorancia, olvidan estimular al niño, prodigarle atenciones y cuidados, acariciarlos, besarlos, cantarles, hablarles en voz baja. El contacto físico, la higiene, las palabras dulces o la mirada, todo contribuye a satisfacer las necesidades del niño. La atención de los padres, la preocupación de llamar al pediatra, la estimulación motriz, son todos elementos que ayudarán posteriormente a un crecimiento natural y saludable.